Les propongo en esta ocasión un acercamiento a la Meteorología algo distinto al habitual, pero si cabe más sugerente. Los cielos, como parte integrante del paisaje, han quedado plasmados en miles de cuadros de centenares de pintores de todas las épocas. Dicha circunstancia nos permite viajar en el tiempo y contemplar las nubes que quedaron grabadas en las retinas de pintores como Velázquez o Goya. Si bien cada artista tiene su propia visión de la realidad atmosférica, distintos trabajos de investigación han podido certificar cómo las singularidades de índole atmosférico y climático tienen su reflejo en la pintura.
Por ejemplo, durante la Pequeña Edad de Hielo (PEH), fueron muchos los pintores que retrataron los paisajes invernales, con la nieve cubriendo los campos y los ríos, lagos y canales congelados. Los cielos rojizos que siguen a una gran erupción volcánica también tuvieron su reflejo en los cuadros de muchos artistas como el pintor inglés William Turner, que nos dejó una larga serie de “cielos encendidos” en sus lienzos.
Este próximo sábado, 22 de mayo de 2010, a las 19 h, impartiré en el Museo Nacional del Prado una conferencia titulada Buscando nubes por el Prado. Meteorología e información climática en los cuadros, en la que profundizaré algo más en estas cuestiones, planteando, además, un recorrido por las distintas salas del Museo, a la búsqueda de nubes y cielos en los cuadros, dignos de ser comentados.
Los cuadros del pintor flamenco Joaquim Patinir (h. 1480-1524) contienen algunas de las mejores nubes de tormenta que podemos ver dibujadas. El realismo de sus formas, la mágica luz azulada que domina los cuadros de Patinir y los detalles de las propias nubes, como los elementos nubosos desgarrados (pannus) que aparecen en la base de un cumulonimbo o las cortinas de precipitación, hacen de estas tormentas pictóricas un regalo para la vista.
Los cumulonimbos también le sirvieron a Francisco de Goya (1746-1828) como recurso pictórico, ya que aparecen en prácticamente todos los cuadros de su primera etapa, donde representa escenas alegres de las clases más bajas del Madrid de la época. Goya eligió la pradera de San Isidro como su particular estudio de pintura al aire libre. Desde esa pequeña atalaya se alzaba delante de él la villa de Madrid, con el perfil de la Sierra de Guadarrama dominando el fondo de la escena. En la primavera, que es cuando los pintores salían a la intemperie a pintar, es habitual que crezcan grandes cúmulos y cumulonimbos en las montañas, viéndose desde lejos como enormes murallones nubosos de blanco refulgente. Así retrató esas grandes nubes cumuliformes Goya, lo que le daba realismo al cuadro a la vez que le evitaba tener que dibujar el paisaje en una amplia porción de cuadro. Goya no destacó precisamente por sus dotes de paisajista.
Los cielos de Diego Velázquez (1599-1660) son mucho más complejos que los de Goya, dando pie a la conocida expresión “cielos velazqueños”. Las tonalidades azules y grisaceas y la gran variedad de formas nubosas caracterizan los cielos de un buen número de cuadros de Velázquez, siendo el de “Las lanzas” uno de los más conocidos. La razón por la cuál Velázquez enmarañaba tanto los cielos no se sabe a ciencia cierta, si bien su extraordinario dominio de la técnica le permitió resolver con éxito los siempre complicados paisajes atmosféricos. Entre las posibles causas, una de ellas pudo ser de índole económico, ya que el polvo de lapislázuli (llamado en la época “oro azul”) con el que se conseguía el color azul celeste era muy caro y había que racionalizarlo. También es posible que en la época de Velázquez los días nubosos dominarán sobre los despejados en Madrid. En la conferencia ofreceré algún dato en este sentido.