Seguramente, haya visto en alguna ocasión esta imagen. Fue tomada en 1911 en las cataratas del Niágara, que aparecen congeladas prácticamente en su totalidad. Tanto esta fotografía como algunas otras de corte similar, circulan desde hace tiempo por Internet. Su color sepia nos traslada a otra época, dando a la imagen esa carga de romanticismo que tanta nostalgia despierta en algunos.
No hace mucho me preguntaba un escuchante del programa de radio en el que colaboro (“No es un día cualquiera” de RNE), qué temperatura debería alcanzarse para que un volumen de agua tan grande en movimiento, como las cataratas del Niágara, lograra congelarse en su totalidad. Es evidente que debe hacer mucho frío, pero tampoco pensemos en temperaturas de -40 ºC. Por debajo de -20 la cascada comienza a petrificarse de manera progresiva. No es una congelación inmediata. Se trata de un proceso en el que juega un papel determinante la subfusión del agua.
La llegada a la zona de Niagara de una masa de aire extremadamente frío, de origen ártico, provocó que los millones de gotitas que constantemente escapan de esa gran corriente de agua en caída libre pasaran a estar superenfriadas, manteniendo su condición de líquido pero con su estructura interna (molecular) cambiada de tal manera que cualquier aumento de presión sobre la gota provoque la formación brusca de la malla cristalina que constituye el hielo. Mientras una de esas gotitas de agua subfundida se mantenga flotando en el aire, sin impactar con nada, se mantendrá, aparentemente, como una gotita de agua líquida, pero en el momento en que esa gota entre en contacto con otra vecina o con la pared rocosa por donde se precipita la cascada, se convertirá en hielo, quedando firmemente adherido a la superficie que le sirvió de soporte. Con millones de gotitas subfundidas flotando en el aire junto a la pared de agua, el resultado es la formación de estructuras de hielo que en poco tiempo van obstaculizando la caída de agua, dando como resultado las espectaculares estructuras petreas que vemos en las fotografías.
A lo largo del siglo XX, sólo en dos ocasiones (1911 y 1936) las cataratas del Niágara se congelaron en su totalidad, lo que sin duda constituye una de esas rarezas que a veces nos regala la Naturaleza; algo parecido a la nevada que cayó este pasado invierno por Sevilla, y que sólo recordaba la gente mayor, ya que la anterior se remontaba a 1954.