Cielos suresteños

Si en el anterior asunto viajamos a Almería, en éste nos trasladaremos a la vecina Murcia. Ayer lunes impartí en el IES Arzobispo Lozano de Jumilla (Murcia) una charla titulada: “La observación y el disfrute de los cielos suresteños”. La audiencia estuvo formada mayoritariamente por alumnos de los últimos cursos de la ESO, que mantuvieron su atención durante la hora y media que duró el acto. Creo que es muy importante despertar la curiosidad en nuestros jóvenes por el medio natural que nos rodea y en particular por la atmósfera, al estar ligada de forma tan íntima a nuestra propia vida, la de cada uno de los habitantes de este planeta.

El sureste de la Península, y en particular la zona de Jumilla –la comarca del Altiplano, en la región de Murcia– presenta unos caracteres climáticos muy particulares, siendo la escasez de precipitaciones uno de sus rasgos principales. Por allí, la precipitación media anual ronda los 280 mm, con un reparto muy irregular de las lluvias a lo largo del año, registrándose un par de máximos anuales; uno en primavera y otro en el otoño. Este régimen pluviométrico junto a las temperaturas reinantes (elevada amplitud térmica, con calor de día y frío de noche durante muchos días del año) hace de esa zona una de las más idóneas para el cultivo de la vid. Los afamados vinos de Jumilla dan fe de ello.

vinedos

Los frentes atlánticos que cruzan la Península Ibérica rara vez llegan a dejar lluvias en el Altiplano de Murcia, al tratarse de una zona ligeramente hundida, salpicada por diferentes sierras que impiden el avance hacia Jumilla y alrededores de las nubes cargadas de agua. Los cielos por la zona son a menudo amenazantes, pero sin suficiente contenido de agua como para producirse la precipitación. Lo que sí que nos brindan a menudo los cielos suresteños son unas tonalidades ocres, muy características, debidas a la presencia de polvo de origen africano en el aire. La cercanía al norte de África hace que las invasiones de viento sur arrastren gran cantidad de materiales en suspensión que tiñen el aire de un  color tierra como el que refleja la siguiente fotografía de José Antonio Abellán:

cielo-ocre-ii

Cuando esas nubes consiguen cargarse de humedad por su parte inferior (pensemos que parte de su recorrido es sobre las aguas del Mediterráneo), la lluvia resultante es lo que se conoce como una “lluvia de barro” o “de sangre”, debido a la coloración marrón o rojiza de las gotas, debido a los materiales que llevan disueltos. Los depósitos de tierra que dejan las gotas tras evaporarse manchan todo. No es de extrañar que los días posteriores a las lluvias de barro aumente significativamente el número de coches que utilizan los túneles de lavado.

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