Huevos de gallina

Si en la anterior entrada de esta bitácora nos referíamos a un huevo para identificar el curioso capuchón nuboso que coronaba el penacho  de un volcán, en esta ocasión volvemos a referirnos a él, ya que ese fue el tamaño que llegaron a alcanzar algunas de las piedras de granizo que dejó una tormenta en Vitoria el pasado miércoles. Según la crónica que se publicaba al día siguiente en la edición digital de El Correo: “La brutal tormenta no avisó. Sólo unos truenos aislados, mal presagio, dieron una pista de lo que ocurriría sólo unos segundos antes de que el cielo se desplomase. Y sólo unos minutos, entre las cinco y cinco y media de la tarde, fueron suficientes para que la brutal granizada reventase las lunas y abollase la chapa de cientos de coches; desgarra árboles; rompiera claraboyas; destrozara farolas; saturara sumideros, paralizara el tráfico y hasta detuviera el servicio de tranvía. Miles de vitorianos asistieron impotentes al capricho meteorológico que dejó millones de euros en daños materiales, aunque no heridos de importancia. Poco importa si el granizo tenía el tamaño de pelotas de ping pong, de tenis o de futbolín, debate presente en cada esquina de la ciudad hasta bien entrada la noche.”

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En los menos de 2 meses que llevo al frente del blog, es ya la segunda vez que escribo sobre una granizada excepcional ocurrida en España –la anterior ocurrió por tierras riojanas el pasado 24 de mayo–, lo que sumado a otros episodios meteorológicos extremos y singularidades o anomalías climáticas, parece encajar en lo que desde hace años nos vienen pronosticando los expertos del clima: el previsible aumento de la frecuencia e intensidad de ese tipo de eventos.

piedra-de-hielo-aplastada

Dejando a un lado esa posible “conexión climática”, el fenómeno tormentoso en sí capaz de generar unos granizos de estas dimensiones es digno de estudio o, al menos, de un breve comentario aquí.

Todas las tormentas generan granizos en su interior; esto es posible gracias a los potentes ascensos de aire que dominan la célula tormentosa durante la primera mitad de su ciclo de vida. Solamente las tormentas severas; aquellas que son el resultado de lo que se conoce como “convección profunda”, son capaces de generar en su seno granizos lo suficientemente grandes como para llegar al suelo como tales y no como gotas grandes de agua –mezcladas con pequeños granizos en muchos casos–. En el caso de la tormenta vitoriana, los desarrollos verticales fueron muy importantes, lo que dio lugar a piedras de hielo de tamaño excepcional. La violencia con la que algunas de esas piedras se golpean entre ellas en el seno del cumulonimbo, así como las enormes presiones que soportan durante su caída, dan como resultado la forma aplastada mostrada en las fotografías.

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