Estoy con Sergio Alonso

Esta mañana, leyendo la edición digital de El País, me topé con un interesante artículo de opinión titulado “No diga calentamiento global”, que firmaba Sergio Alonso Oroza, catedrático de Física de la Tierra de la Universidad de las Islas Baleares y profesor visitante en la Universidad de Lisboa. Una voz, sin duda, muy autorizada en nuestro país para hablar sobre cuestiones relacionadas con el clima.

El citado artículo era una llamada de atención sobre el abuso y uso indebido que a menudo se hace en los medios de comunicación del término “calentamiento global”. Le invito a leer el artículo completo. Estoy básicamente de acuerdo con lo que en él expone el autor.

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TEXTO ÍNTEGRO DEL ARTÍCULO:

El término “calentamiento global”, que ha cuajado tanto en los medios de comunicación, en el mundo de la política, a nivel popular y, por qué no decirlo, también entre los científicos, me hace reflexionar acerca de lo que realmente significa y si realmente se está utilizando correctamente.

Lo primero que hay que exponer es que el término original, global warming, fue introducido por un científico, Wallace S. Broecker, hace ya bastantes años en el artículo Climate Change: are we on the brink of a pronounced global warming? publicado en la prestigiosa revista Science allá por 1975. Seguramente Broecker no se imaginó en su día lo que parte del título de ese artículo llegaría a representar. Cuando el año pasado ganó la primera edición del ya prestigioso premio de la Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, en su categoría de Cambio Climático, con sus primeras declaraciones comentó que sería una lástima que se le fuera a recordar únicamente por haber acuñado ese término. Y tiene razón; su obra es muy extensa y de gran calidad, lo cual fue valorado por el jurado -del que tuve el honor de formar parte-, y le llevó a conseguir el premio frente a una impresionante constelación de competidores.

El primer comentario que me viene a la cabeza es lo mal que, en este contexto, “asimilamos” en castellano la palabra “global”. Se trata de un calificativo de globo (por supuesto referido al planeta Tierra). Su sinónimo más próximo sería “mundial” y el significado en calentamiento global lleva implícito un valor medio, un promedio, ya que es imposible que el mundo se caliente por igual en todas sus partes. Sería absurdo pensar que el planeta tenga un rico mosaico de climas y que, por arte de magia, fueran a cambiar todos de la misma forma. El siguiente comentario hace referencia a la propia medida de la temperatura. Cuando se dice que la temperatura en Lisboa es de 14,5° C se interpreta, sin excepción y correctamente, que esa temperatura corresponde al aire cerca del suelo. Volviendo al objeto del término que origina mi comentario, debería entonces interpretarse como “calentamiento medio mundial del aire cerca del suelo”. Ya entiendo que cambiar a estas alturas la interpretación que se hace de calentamiento global es imposible y por esa razón propongo su eliminación del lenguaje ordinario. A sabiendas de que voy a tener poco éxito con mi propuesta, insisto, deberíamos quitarnos de encima ese calentamiento global.

El problema es que dar una alternativa también es difícil, pero lo voy a intentar, al menos. Empiezo por reconocer que la insistencia del IPCC en utilizar la temperatura para hablar del cambio climático, cuando resume sus informes de evaluación con el fin de llegar a los responsables de las políticas, a los medios de comunicación y a la sociedad en general, ha favorecido el uso indebido del término calentamiento global. Un cambio de clima en el planeta Tierra afecta a otras muchas variables -precipitación, viento, humedad, nubosidad, etcétera-, no sólo del aire en las capas bajas, y no sólo a sus valores medios sino también (y esto es muy importante) a su variabilidad tanto temporal como espacial. Miren, la temperatura, por ejemplo, ya que estamos con ella, no tiene por qué aumentar lo mismo siempre y en todo lugar. Incluso podría disminuir en algún lugar y en algún momento. Curiosamente, ese “siempre y en todo lugar” es lo que muchas veces se toma como única acepción de “global” y eso es simplemente indebido.

Lo que propongo es utilizar como alternativa “cambio climático”, pero con una condición. Mi análisis vuelve a estar centrado en el término en inglés de donde ha derivado su incorporación a nuestro lenguaje. Se habla en los documentos oficiales originales de climate change, no de climatic change, lo que ocurre es que se añade que está referido a su origen en la actividad humana. Posiblemente la traducción mejor hubiera sido cambio de clima, y añadir, de origen antrópico, pero esto también es imposible de cambiar. Así se estaría cumpliendo con el hecho de que el clima en la Tierra siempre ha cambiado (de forma natural) y con la situación problemática actual de estar haciéndolo como consecuencia de la actividad humana.

Una de las manifestaciones del cambio de clima de origen antrópico, o cambio climático, es la tendencia positiva observada en la temperatura media del aire junto al suelo, pero eso sólo es una de las manifestaciones. Por hacer un pequeño resumen, ese calentamiento es mayor en las regiones polares y sobre los continentes que en el resto; la temperatura media de la estratosfera presenta tendencia negativa; los patrones de viento están cambiando, lo mismo que el régimen mundial de precipitación, con un incremento medio; la humedad media está aumentando; los ciclones tropicales atlánticos están siendo cada vez más potentes; se están fundiendo los hielos continentales; se está elevando el nivel medio del mar… y otras muchas cosas.

Hoy día sabemos que todo eso es consecuencia de la actividad humana y que dicha actividad, de continuar, acentuará mucho más lo que ya hemos observado. Si quieren, a todo eso le pueden llamar calentamiento global, yo prefiero llamarle cambio climático, que resulta más corto y cómodo de decir que cambio de clima de origen antrópico del planeta Tierra. Eso, al fin y al cabo, es lo que significa.

FUENTE: www.elpais.com

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Piedra de hielo

A principios del año 2000, la caída de bloques de hielo en diferentes localidades españolas dio mucho que hablar, acaparando durante bastantes días la actualidad informativa. Muchas fueron las hipótesis que se barajaron; ninguna concluyente al 100%. Desde entonces, se han venido repitiendo en diferentes lugares del mundo caídas de bloques de hielo de grandes dimensiones. Lo que más descoloca a los meteorólogos es que no se trata de granizos gigantes, ya que en la mayoría de los casos las caídas se producen con los cielos rasos o poco nubosos. La hipótesis más aceptada hoy en día es la que apunta a un origen estratosférico, formándose dichos bloques bajo unas condiciones atmosféricas muy especiales.

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No piense que el fenómeno de las caídas de bloques de hielo es nuevo, ya que existen multitud de crónicas históricas que hacen referencia a ellas, lo mismo que al fenómeno de las lluvias raras (de ranas, peces, etc…). De las ocurridas últimamente, alguna se ha podido demostrar que era un gran trozo de hielo desprendido del fuselaje de un avión en vuelo o directamente el líquido congelado que se utiliza en los W.C. de las aeronaves. Una de estas 2 hipótesis se está barajando en la actualidad parra explicar un suceso ocurrido el pasado miércoles 27 de enero en Baracaldo (Vizcaya).

El Correo digital titulaba la noticia “El cielo se les cayó encima”, en clara alusión al conocido temor de los galos de la aldea de Asterix y Obelix. En dicha información se comentaba que “una bola de hielo del tamaño de dos puños venida, aparentemente, de ninguna parte impactó (…) en el tejado del portal número 1 de la calle Ganekogorta y abrió un boquete en el tejado. Aunque no hubo heridos, causó importantes desperfectos en la cubierta del edificio y en un camarote.”

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La crónica continuaba diciendo que “en el barrio hay teorías para todos los gustos. Hay quien dice que pudo desprenderse de un avión que precisamente cruzó su vertical poco antes del incidente. Hay quien, científico, se apunta a un suceso meteorológico. En realidad, unos y otros pueden tener razón. Ha habido casos del llamado ‘hielo azul’ que, desprendido de aviones, ha destruido propiedades y golpeado a personas en España, Reino Unido y Los Andes. La formación de hielo en el fuselaje de las aeronaves –sobre todo en las alas– durante el vuelo o la rotura de los tanques de agua pueden explicar el suceso. También un repentino aumento del vapor de agua en capas altas de la atmósfera, enfriamientos súbitos y cambios rápidos en la dirección de los vientos. Son los famosos ‘hailstones’ que a veces caen durante una granizada y que pueden llegar a pesar veinte kilos.”

Seguiremos pendientes estos días a ver si se repite alguna otra caída o se trata de un episodio puntual (en realidad, la probabilidad de que caigan bloques en zonas despobladas o en el mar es muy alta, sin que en tales casos quedara constancia de ellas). De ser un suceso aislado, cobraría fuerza la hipótesis del hielo desprendido de un avión. Conocida con bastante precisión la hora del impacto –sobre las 8 de la tarde– no sería muy complicado analizar las rutas aéreas y comprobar si en ese momento un avión volaba por la vertical de Baracaldo. De no encajar ese dato, tendríamos que pensar en un enfriamiento muy destacado de vapor de agua en niveles altos de la atmósfera, sin que por ahora se conozcan las causas que pueden dar lugar a la formación de un bloque de hielo de gran tamaño.

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Nuevo record de viento

El pasado 22 de enero, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) comunicaba oficialmente –a través de una nota de prensa– que se había batido uno de los records meteorológicos más antiguos. Se trata del de la mayor racha de viento registrada jamás en la Tierra, lo que no significa que el viento no haya soplado con mayor intensidad en alguna ocasión. De hecho, en los tornados más severos las rachas pueden ser todavía bastante más intensas (superiores a los 500 km/h); el problema es que no disponemos de un instrumento lo suficientemente resistente para conseguir medir el viento bajo esas condiciones tan extremas. El viento que generan los tornados se puede deducir únicamente por métodos indirectos, a partir de los destrozos que causan.

En el caso que nos ocupa, el record absoluto de viento (no tornádico) que estaba vigente hasta el anuncio de la OMM, era el de los famosos 372 km/h registrados el 12 de abril de 1934 en el Observatorio del Monte Washington, en EEUU. Dicho enclave –en el NE de EEUU– es uno de los lugares más ventosos del planeta y tiene en su haber registros con rachas “estratosféricas”, aunque ninguna mayor que aquella plusmarca medida hace 75 años.

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Parecía un record imbatible; algo similar a lo que ocurrió con los famosos 8,90 m que el saltador estadounidense Bob Beamon consiguió durante los JJOO de México, en 1968. El salto –calificado por la prensa como “el salto del siglo”– superó en 55 cm el record anterior y permaneció imbatido hasta 1991, en que el atleta norteamericano Mike Powell logró saltar 8,95 m.

Volviendo al tema que nos ocupa, el nuevo record de viento es una racha de  408 km/h, registrada el 10 de abril de 1996 en la isla de Barrow (Australia), al paso del ciclón tropical Olivia. Probablemente le llame la atención el hecho de que este “nuevo” record se alcanzara hace casi 14 años. ¿Por qué razón no se anunció antes? La razón es que las comisiones de expertos que existen para certificar los extremos climáticos necesitan bastante tiempo para reunir los datos suficientes que permitan evaluar adecuadamente y validar un registro de viento de esta naturaleza. Nada puede dejarse a la especulación. Se ha de tener la seguridad de que el instrumento –el anemómetro en este caso– que ha tomado la medida funciona correctamente, para lo cuál hay que estudiar en profundidad su serie histórica de medidas y cotejar los datos con los obtenidos por estaciones meteorológicas próximas.

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El grupo de expertos que formaban la citada comisión (CC1) estaba integrado por el Dr. Pierre Bessemoulin (Meteofrance y Presidente de la CCl), el Dr. Tom Peterson (Centro Nacional de Datos Climáticos de la NOAA), el Dr. Blair Trewin (Oficina Meteorológica Australiana), el Dr. José M. Rubiera (Instituto de Meteorología de Cuba), el Dr. John (Jack) Beven (Centro Nacional de Huracanes de EEUU, el Dr. John King (British Antartic Survey) y el Dr. Randy Gerveny (Universidad Estatal de Arizona y encargado de los informes de extremos climáticos de CC1).

FUENTE: OMM (http://www.wmo.int/pages/mediacentre/infonotes/info_58_en.html)

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Glaciares y huracanes

Abro esta nueva entrada en la bitácora para hablar de este par de protagonistas de un buen número de informaciones relativas al clima. Ambos –glaciares y huracanes- han sido noticia en los últimos días, aunque por distinto motivo, si bien en ambos casos el trasfondo de la noticia era el mismo: el cambio climático.

En el caso de los glaciares, captaba mi atención el titular de una noticia de El País de ayer domingo, titulada “El glaciargate da otra sacudida a los estudios sobre el calentamiento”. Una nueva vuelta de tuerca en la cruzada que desde hace tiempo mantienen todos aquellos que intentan desacreditar ante la opinión pública las tesis del IPCC, y que fue avivada en las semanas previas a la Cumbre del Clima de Copenhague, con el asunto del robo de los correos electrónicos y documentos técnicos de varios científicos de primer nivel de la Universidad de Investigación Climática de East Anglia, bautizado como Climategate.

Como si de un combate cuerpo a cuerpo se tratara, en el que a menudo se emplean las malas artes, los llamados escépticos, con la moral por las nubes para seguir batallando después del Climategate, vuelven a la carga contra el IPCC, ahora con motivo de una rectificación pública del organismo de la ONU, ya que éste había anunciado una disminución a un ritmo sin precedentes de los glaciares del Himalaya, llegando a postular su posible desaparición de aquí a 25 años.

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Tal y como se apuntaba en la referida noticia de El País: “Es imposible que los glaciares del Himalaya desaparezcan en 2035, coinciden todos los expertos consultados, pero también en que este error no puede cuestionar que los glaciares de todo el mundo se están derritiendo, ni la credibilidad sobre todos los estudios que señalan la evidencia del cambio climático ni el conjunto de trabajos del IPCC.” Estoy básicamente de acuerdo con lo anterior y si hay algo que criticar al IPCC es la torpeza de sus distintos portavoces y altos representantes, lo que siembra de dudas a una parte creciente de la sociedad, que –espoleada, además, por la crudeza de este invierno– empieza a ver el calentamiento global como una teoría a la baja.
A pesar de todo, siguen apareciendo trabajos que predicen cambios destacados en el clima futuro como consecuencia del previsible calentamiento. Uno de esos trabajos se publicaba hace pocos días en la revista Science, y sus conclusiones apuntaban a que se esperan en las próximas décadas menos huracanes en el Atlántico Tropical, pero los que se formen serán más intensos y devastadores. De todas formas, el científico principal de la investigación apuntaba que la variabilidad es tan grande que hasta dentro de unos 60 años esa mayor virulencia de los ciclones tropicales no se detectaría con nitidez.

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Los especialistas no se ponen del todo de acuerdo sobre cuál será la respuesta del sistema climático en el ámbito tropical en un mundo más cálido. Según la información publicada en El Mundo: “La teoría de que el aumento de la temperatura del mar provoca huracanes más intensos no es nueva. Del mismo modo, estudios anteriores [al referido] ya habían sugerido que el cambio climático podría provocar un descenso en el número de ciclones en los próximos 100 años. Sin embargo, no precisaban la frecuencia con la que podrían darse los más devastadores. Ahora, los investigadores prevén que a finales del siglo XXI habrá el doble de huracanes de categorías 4 y 5 que en la actualidad. Los investigadores del ‘Laboratorio de Geofísica de Dinámica de Fluidos’ en Princeton (EEUU), que trabaja con la agencia gubernamental NOAA (‘National Oceanic and Atmospheric Administration) simularon las condiciones atmosféricas de los últimos años y las que se prevé que habrá a finales de siglo, a través de un modelo conocido como GFDL.”

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Proyecto lápida

Mi buena amiga y compañera de la radio, Nieves Concostrina, experta como pocos en temas mortuorios, me pasó el pasado sábado la pelota en su espacio “El acabose” (sección del programa de RNE “No es un día cualquiera”), invitándome a qué contara a nuestros escuchantes los detalles de un curioso e interesante programa de investigación global relacionado con el clima, que lleva por nombre “Proyecto lápida” (Gravestone Project). Resulta sorprendente a primera vista saber que las lápidas de los cementerios puedan arrojar pistas sobre cómo se comportó el tiempo atmosférico durante épocas pasadas, pero si logramos medir con precisión el deterioro de la piedra, lograremos unos datos que les serán muy útiles a los estudiosos del clima.

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El pasado 8 de enero, el portal de noticias de ciencia y tecnología www.amazings.com, se hacía eco del llamado “Proyecto lápida”, apuntando en un articulo titulado “El inesperado testimonio climático de las lápidas”, que dichos elementos de piedra tallada “están contando la historia de los cambios en la química atmosférica y la lluvia. Incluso un equipo de científicos está pidiendo la ayuda de la gente de cualquier parte del mundo para examinar lápidas del cementerio de su localidad o zona.”

Con el paso del tiempo, el mármol del que suelen estar hechas y que contiene calcita, reacciona químicamente con las sustancias ácidas que contienen el aire y las gotas de lluvia, lo que va erosionando la piedra poco a poco. “Los cambios en la química atmosférica modifican asimismo la tasa de erosión del mármol expuesto a la intemperie”, de ahí que si se mide cuánto se ha erosionado una lápida se puede conocer el carácter más o menos ácido de la lluvia que durante años –siglos en el caso de los cementerios más antiguos– aconteció en el lugar.

La noticia apuntaba también que “acumulando las mediciones, hechas por voluntarios, de las lápidas de diferentes edades en diversas partes del mundo, los científicos esperan confeccionar un mapa mundial de las tasas de desgaste de las mismas, y deducir cómo ha estado cambiando la atmósfera”, lo cuál resulta sumamente interesante.

Para poder colaborar en este proyecto mundial, existe una página web, donde se explican los pasos a seguir y los objetivos que se persiguen. Su dirección es: http://www.goearthtrek.com/Gravestones/Gravestones.html

El proyecto, gestionado por la Sociedad Geológica de Estados Unidos, se engloba dentro de un programa llamado EarthTrek y supone una buena oportunidad para formar parte activa de una investigación sobre una cuestión de sumo interés y actualidad como es el cambio climático, a través de una mejor caracterización del clima del pasado.

Para obtener los datos que requieren los responsables del proyecto, se facilita a los voluntarios un micrómetro (instrumento capaz de medir con precisión longitudes pequeñas –del orden e inferiores al milímetro), siendo también necesario contar con un GPS para fijar las coordenadas exactas de las lápidas que se sometan a examen. El tipo de mediciones a realizar pueden ser de dos tipos, ambas en las lápidas fijadas al suelo que tienen incrustadas letras con los datos del fallecido y el epitafio. Cuando el marmolista confeccionó en su día la lápida, labró las letras directamente en el mármol y en muchos casos encajó en los huecos unos caracteres realizados en plomo. Hecha esta operación, pulió la lápida, quedando toda su superficie al mismo nivel. Al ir atacando, con el paso del tiempo, el medio ácido contenido en el agua de lluvia y en el aire la piedra de mármol, las letras de plomo van sobresaliendo del bloque de piedra (ver figura), y lo harán más o menos en función de la acidez atmosférica del lugar. 

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Otra medida interesante es la diferencia de grosor de la lápida entre su parte superior (más sometida a la acción erosiva de la lluvia) y su inferior, lo que permite conocer la tasa de desgaste.

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En los estudios del clima, cada vez son más las disciplinas involucradas (Física, Química, Biología, Geología, Astronomía…) y más diversas las fuentes de datos utilizados: testigos de hielo, pólenes fosilizados, sedimentos de lagos, cuadernos de bitácora… y ahora también las lápidas de los antiguos cementerios.

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El congelador de la Tierra

Llevamos varias semanas seguidas en España –y en muchos otros lugares del hemisferio norte- hablando del intenso frío, aunque para bajas temperaturas las que se registran con frecuencia en uno de los lugares más inhóspitos de nuestro planeta; el interior de la Meseta Antártica, que bien podemos calificar como el congelador de la Tierra. En mitad de una extensa planicie helada, bajo el continuo azote de vientos heladores, se registró hace casi 27 años (el 21 de julio de 1983) la temperatura más baja jamás medida sobre la faz de la Tierra: -89.2 ºC.

Allí, instalada sobre el lago subterráneo Vostok, en la superficie superior de una enorme masa de hielo de más de 3 kilómetros de espesor, se asienta la base científica  rusa Vostok, situada a 1300 kilómetros en línea recta del Polo Sur geográfico (lugar donde los estadounidenses tienen instalada otra base de investigación: la Admunsen-Scott). Sus coordenadas son 78º27′S; 106º52′E y en el gigantesco continente antártico la localizamos en el lugar que aparece indicado en la figura. Allí, durante la fría noche polar invernal (meses de verano en España) permanece una dotación de una docena de personas, entre científicos y personal encargado del mantenimiento, en unas condiciones extremas que les pone a prueba cada día.

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Esta semana circulaba por las agencias de noticias de todo el mundo una noticia que hacía referencia a la bajísima temperatura que se midió en la base Vostok en el invierno austral de 1983, incidiendo en las causas que pudieron haber provocado aquel descalabro en la temperatura. La investigación que dio pie a la noticia fue llevada a cabo por el British Antartic Survey (BAS) y el Artic and Antartic Research Institute (AARI) de Rusia. Según parece, una masa de aire frío procedente del Océano Antártico se instaló durante 10 días sobre la parte alta de la Meseta Antártica, donde se ubica la base Vostok, que registró este récord y que lleva desde 1958 midiendo las temperaturas de la región. La corriente impidió que llegasen a esta zona masas de aire algo más cálido procedente de latitudes más bajas, lo que dejó aislada la estación y creó las condiciones adecuadas para que se dieran unas temperaturas tan extremadamente bajas.

Por otro lado, la ausencia de nubes y una capa de minúsculas partículas de hielo suspendidas en el aire -fenómeno conocido como polvo de diamante- contribuyeron a que el calor procedente de la superficie se perdiera hacia arriba. La Meseta Antártica Oriental, donde se sitúa Vostok, está muy lejos del océano y a una altitud de 3.488 metros, lo que la hace extremadamente fría, de forma que se podrían alcanzar hasta los -96º si se llegase a un periodo de aislamiento provocado por corrientes frías semejante a la que asoló Vostok en julio de 1983.

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“El estudio ha permitido simular con éxito la rápida pérdida de calor en este periodo de 10 días, lo que ayudará al desarrollo de modelos climáticos utilizados para predecir la evolución futura del clima de la Antártida”, explicó el investigador de la BAS y autor del estudio, John Turner. Este investigador señaló también que la Antártida todavía no ha sufrido los efectos del calentamiento global de la misma manera que la zona ártica, pero que en el próximo siglo se espera que se vea afectada por la subida generalizada de las temperaturas mundiales consecuencia del efecto invernadero, por lo que dudó de que se pueda repetir este récord. Para Turner –sigue contando la noticia-, esta investigación ha confirmado lo extremos que pueden ser los fenómenos naturales y nos alerta de la necesidad de estar atentos por si vuelven a producirse estas anomalías meteorológicas.

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Espectacular arranque del invierno

Tras un otoño muy seco y templado que empezaba a hacer sonar las alarmas de la sequía, nada hacía presagiar –lo normal, por otro lado, en el devenir atmosférico– un cambio de tiempo tan abrupto como el que comenzó a gestarse a mediados de diciembre y que sigue, día tras día, colocando al tiempo en la primera línea informativa. Cuando el tiempo invernal vaya mostrando signos de debilidad, cuando la primavera empiece a dar colorido a nuestros campos, será el momento de hacer balance de la presente estación y valorar en su justa medida las cosas tan extraordinarias que han acontecido en nuestro entorno geográfico.

A pesar de la tendencia natural que tenemos los seres humanos de exagerar los acontecimientos de índole meteorológica, en este caso son muchos los datos que avalan la excepcionalidad de los distintos episodios de distintas naturaleza (frío, nieve, lluvia, viento…) que se han producido en muchas zonas, no sólo de nuestro país, sino, del hemisferio norte, debido al reforzamiento de la circulación de borrascas en latitudes medias, empujadas hacia el sur y en parte alimentadas por los grandes desbordamientos de aire frío de origen polar que se empezaron a producir hace un mes aproximadamente.

De entre los centenares de imágenes impactantes que podríamos elegir para ilustrar lo acontecido estas últimas semanas en España, he seleccionado un par de ellas del último episodio de nevadas, para traerlas a esta bitácora y acompañarlas de algún comentario a vuela pluma. La primera de ellas es una imagen de satélite en falsos colores de la Península Ibérica captada ayer lunes (11-1-2010) por el sensor Modis del satélite Terra de la NASA.

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Previsiblemente, tardaremos bastante tiempo en volver a ver una fracción tan importante de nuestro territorio cubierto de nieve. Una imagen parecida a ésta circulaba también estos días por Internet con las Islas Británicas sepultadas casi en su totalidad por la nieve, lo que ha ocasionado serios problemas de comunicaciones, no solamente allí, sino en muchos otros países europeos. Aunque en la presente imagen, parte de la Península está cubierta de nubes, las zonas coloreadas de azul muestran el reparto tan generoso de nieve acontecido en nuestro país, siendo muy destacadas –por lo inusual- las nevadas que se produjeron por el Suroeste. En Sevilla vieron caer copos de nieve el pasado domingo, algo que no ocurría desde el año 1954, en que la nieve llegó a cuajar en las calles de la ciudad.

El domingo nevó también en muchos lugares de las provincias occidentales andaluzas y para testimoniarlo, pongo a continuación una fotografía captada ese día en el conocido Patio de los Naranjos de la Mezquita de Córdoba. La nieve adquiere una significación especial cuando aparece en un lugar como éste, que estamos acostumbrados a ver bajo unas circunstancias meteorológicas bien distintas.

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828 metros

El pasado martes -5 de enero de 2010- se inauguró en Dubai (capital de los Emiratos Árabes Unidos) el rascacielos más alto del mundo, título que seguramente ostentará durante bastante tiempo. Hasta la fecha, el record lo ostentaba la torre Taipei 101, en Taiwán, con 508 metros. La Torre Burj de Dubai alcanza desde su base hasta el extremo de la antena que la corona la friolera de 828 metros, lo que supone 320 metros más, un hito difícilmente superable.

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Quizás se pregunte, por qué he elegido los rascacielos como tema para una nueva entrada del blog. Piense por un momento en las distintas condiciones meteorológicas que se deben dar entre el nivel de suelo y un nivel de atmósfera situado a 828 metros de altura y empezará a comprender cuál es el interés que persigo. Se trata, ciertamente, de 2 mundos meteorológicos diferentes los que podemos tener en la parte baja y en la alta de un edificio como la Torre Burj. Incluso, no tenemos que irnos al mayor rascacielos del mundo para empezar a ver importantes diferencias, pues basta con ascender un par de centenares de metros desde el suelo para comenzar a notar cambios importantes en algunas variables meteorológicas como la temperatura o el viento, amén de la presión atmosférica, que disminuye continuamente al ascender.

En el caso de la temperatura, aunque su perfil vertical varía con el tiempo y en cada lugar, en una atmósfera estándar dicho “gradiente térmico vertical” es de -0,65 ºC/100 m; es decir que por cada 100 metros que ascendamos hacia arriba, el aire se enfría “teóricamente” 6 décimas y media de grado. Si echamos el cálculo para los 800 metros (en números redondos) que tiene la Torre Burj, obtenemos como resultado 5,2 ºC; es decir, que en la parte alta de la Torre la temperatura sería del orden de 5 grados centígrados más baja que en el base. Teniendo en cuenta la sequedad ambiental que domina en la zona de Dubai, dicha diferencia puede fácilmente ser el doble, de manera que en un día típico por allí no sería difícil tener 35 ºC a ras de suelo y apenas 25 en las últimas plantas del gigantesco edificio.

El viento es otra de las variables meteorológicas que cambia de forma importante al ascender por la atmósfera. Desde el nivel del mar hasta unos 3.000 m, aproximadamente, el viento va intensificándose de forma más o menos continua al ir ganando metros. Dicho aumento no es constante y puede verse sometido a muchos cambios bruscos, pero en general soplará tanto más fuerte cuanto más arriba nos situemos. Dicha circunstancia han de tenerla en cuenta los ingenieros y arquitectos que diseñan estos enormes rascacielos, ya que el empuje creciente del viento debe ser compensado en todo momento por la propia estructura del edificio, en consonancia a su vez con su peso. Al contrario de lo que podríamos pensar, las grandes torres no son estructuras rígidas, ancladas en el suelo, sino que cimbrean al son del viento y están dotadas de un movimiento oscilante que en la parte más alta puede llegar a ser de varios metros en torno a la posición estática de equilibrio. Sólo así los rascacielos pueden resistir sin problemas las fuertes rachas de viento que se alcanzan en su parte superior.

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Para dar por terminado mi comentario, quizás una de las imágenes que deja más a las claras las diferencias que puede haber en el tiempo que tengamos en la parte alta y en la baja de un rascacielos, es la de las últimas plantas de los rascacielos emergiendo por encima de una niebla, circunstancia que ocurre cada cierto tiempo en Dubai, en que se forman nieblas marítimas en el entorno de la ciudad que logran penetrar a veces en la urbe, dejando únicamente visible los topes de los edificios más altos. Los privilegiados inquilinos de las últimas plantas de la Torre Burj podrán disfrutar de vez en cuando del espectáculo de un mar de nubes desde sus viviendas.

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Curiosidades meteorológicas (ENERO-2010)

En 2008, inicié una colaboración con la Agenda “El tiempo” que todos los años publica AEMET por Navidades. Dicha Agenda no sale a la venta, pero cuenta con una amplia difusión dentro del personal de los organismos públicos, en especial con el que trabaja en cuestiones relacionadas con el Medio Ambiente. Para la Agenda 2009 seleccioné –con la inestimable ayuda de mi mujer, Susana, – una lista de 365 citas literarias y poéticas de todas las épocas y de un sinfín de autores, cuyo nexo era la relación que guardaban con la Meteorología. La página de cada día en la Agenda incorporaba una de esas citas en su parte superior.

Para la Agenda 2010, seleccioné un conjunto de curiosidades relacionadas con las ciencias atmosféricas, alguna de las cuáles me gustaría publicar periódicamente en esta bitácora. De las correspondientes al mes de enero, aquí van las 5 que he seleccionado:

1) El granjero norteamericano Wilson A. Bentley (1865-1931) dedicó 40 años de su vida a fotografiar cristales de nieve con una rudimentaria cámara acoplada a un microscopio. Fotografió más de 5.000 estrellitas, todas ellas diferentes.

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2) El ruido de una gotera puso de los nervios a Chopin en su viaje a Mallorca durante el lluvioso invierno de 1838-1839. Dicha circunstancia fue el principal motivo de inspiración de su Preludio nº 15, conocido popularmente como «La gota de agua».

3) Una de las razones por las que la Luna brilla más en las noches de invierno que en las de verano, es porque la Tierra refleja más luz al espacio durante los meses invernales, debido a que la nieve cubre una mayor superficie del hemisferio norte.

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4) Las heladas negras son provocadas por la llegada de masas de aire muy frío y seco. Al no formarse escarcha sobre la vegetación, se congelan directamente los fluidos vitales de las plantas –la savia–, quemándose los tejidos vegetales y adquiriendo una tonalidad oscura característica.

5) En España, las temperaturas más bajas del año suelen registrarse en el periodo que va desde el 20 de enero hasta el 10 de febrero, aunque cuando irrumpe una ola de frío temprana o tardía, se desplaza el corazón del frío fuera de esas fechas.

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Una caja de sorpresas

Así podemos calificar al tiempo atmosférico que nos deparará 2010; año que estamos a punto de estrenar. A pesar de los intentos por tratar de predecir el comportamiento atmosférico a largo plazo, nunca seremos capaces de conocer de antemano si un día concreto dentro de 3 meses será frío y lluvioso o cálido y seco. Lo más que vamos logrando es conseguir establecer unas tendencias estacionales, bastante especulativas aún, que no conseguimos que funcionen bien en el ámbito europeo.

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De lo que sí que podemos estar seguros es de que en 2010 no faltarán las sorpresas meteorológicas. El tiempo a menudo será noticia, pues esa es su principal seña de identidad: su carácter cambiante, su variabilidad intrínseca, sus extremos, sin término medio… en definitiva su impredecibilidad más allá de unos cuantos días. Dicha circunstancia es buena para una bitácora como ésta, ya que los comentarios jugosos sobre la actualidad meteorológica no faltarán a su cita, y a buen seguro que llegarán con unas buenas dosis de espectacularidad en forma de fotografías.

Si las precipitaciones escasean, la sequía pasará al primer plano de la actualidad y empezaremos todos a preocuparnos por la escasez del líquido elemento; una situación que cada cierto tiempo se repite y que cuando aprieta de verdad sirve para concienciarnos del ahorro de agua. Si por el contrario, sigue lloviendo en amplias zonas de España de forma tan generosa como estos últimos días, surgirán también problemas pero debidos al exceso de agua. El día a día demuestra qua cada vez somos más vulnerables. De cualquier forma, no todo será malo.

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Nos queda el disfrute del espectáculo del cielo y el devenir atmosférico. Desde estas líneas le invito a que se deje seducir por los constantes cambios de humor de nuestra atmósfera: las bruscas entradas de frío invernales, las espectaculares tormentas veraniegas, ver nevar y pisar en un parque la nieve recién caída, recibir una cariñosa “bofetada” de viento al doblar una esquina, observar las hojas del otoño arremolinarse en el suelo, mirar de cerca las gotitas de rocío sobre los pétalos de una flor, como si de perlas efímeras se tratase, sentir la placentera brisa sobre la cara, oler el campo recién regado por la lluvia… son muchos los alicientes que para los aficionados a la Meteorología tiene el Año Nuevo. Ninguna de esas cosas, ni otras muchas que se quedaron en el tintero, faltarán a su cita anual. Aquí seguiré, al otro lado de la pantalla para contarlo y para compartir con todos vosotros ese disfrute por la belleza de lo efímero.

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