Tragedia en Madeira

Llueve sobre mojado; una frase que se está repitiendo mucho estos últimos días a la vista del panorama meteorológico que nos está tocando vivir este lluvioso invierno. Si bien la lluvia puede considerarse una bendición caída del cielo –especialmente en un país como el nuestro, donde el fantasma de la sequía aparece cada cierto tiempo–, cuando el ciclo se torna lluvioso, clamamos al cielo para que cesen las lluvias, ya que llega un punto en que la saturación de agua de los suelos es tal, que gran parte de ella se ve obligada a buscar su vía de escape por la superficie, anegando –cuando no arrasando– todo lo que encuentra a su paso.

Si a todo esto añadimos la entrada en escena de episodios puntuales en los que la intensidad de la lluvia es muy elevada, y una pésima planificación del territorio, con una terrible presión urbanística sobre el paisaje, el resultado que obtenemos es un mortífero cóctel que termina provocando un desastre natural de gran magnitud. En esta ocasión han sido nuestros vecinos portugueses los que han sufrido con toda su dureza el zarpazo de la Naturaleza desbocada.

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El pasado sábado, 20 de febrero de 2010, el cielo literalmente se cayó sobre el archipiélago de Madeira. El paso por allí de la borrasca que empezó a afectarnos el pasado domingo provocó unas tremendas riadas de las que tardarán bastante tiempo en recuperarse. El balance de víctimas mortales no se ha cerrado todavía, ya que aparte de las 48 personas muertas hasta la fecha, quedan al menos una treintena de desaparecidos, sin que apenas haya esperanza de encontrarlos con vida, pues lo más seguro es que fueran engullidos por la fuerza de las aguas y arrastrados hasta el mar o aplastados por alguno de los corrimientos de tierra que han tenido lugar.

Llovió mucho en muy poco tiempo, lo que siempre ocasiona problemas; si bien quizás un urbanismo algo más racional podría haber evitado una catástrofe de semejantes dimensiones. En Funchal –la capital de Madeira- se llegaron a registrar en apenas 2 horas (entre las 9 y las 11 de la mañana del pasado sábado) 110 mm, mientras que en la estación meteorológica de Pico de Areiro fueron 165 mm entre las 6 y las 11 h de aquel día. Unos datos, sin duda, muy destacados, pero que no tendrían que haber dejado tras de sí una estela de muerte y destrucción como la que ha tenido lugar.

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Confío en que estas impactantes imágenes nos sirvan a todos para reflexionar sobre lo vulnerables que somos ante los elementos de la Naturaleza y lo irresponsables que somos al desafiarla constantemente con nuestra estrategia de llenar todo de casas e infraestructuras sin analizar previamente la idoneidad de los emplazamientos. Madeira se ha convertido en el Biescas de nuestros vecinos. Esperemos que tanto españoles como portugueses aprendamos esta nueva lección –duro correctivo- con el que una vez más nos ha avisado la Naturaleza.

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