Efecto punta

Estamos en época de tormentas, lo que aumenta el riesgo de ser alcanzados por un rayo. En las ciudades, la probabilidad es pequeña, debido a que son muchos los elementos del paisaje urbano –pararrayos incluidos– que actúan como escudo protector ante las potentes descargas eléctricas procedentes de las nubes. En las zonas rurales corremos un riesgo algo mayor, aumentando mucho la probabilidad de ser alcanzados si la tormenta nos pilla en campo abierto. En tal caso, existen una serie de recomendaciones que aunque no garantizan nuestra seguridad al 100%, sí que contribuyen a rebajar significativamente la probabilidad de ser abatidos por un rayo. Todos esos consejos pasan por disminuir el llamado “efecto punta”, descubierto a finales del siglo XVIII por Benjamín Franklin.

El efecto pone de manifiesto la predilección que tienen los objetos puntiagudos por acumular en torno a ellos cargas eléctricas, lo que ioniza el aire que los rodea, y favorece la conducción de la electricidad entre la nube y la tierra cuando tenemos tormenta. El fundamento del pararrayos inventado por Franklin se basa en este conocido efecto. Al colocar el pararrayos en la azotea de un edificio estamos, por así decirlo, “atrayendo” a los rayos. El problema es que muchas veces los pararrayos están mal instalados, no están conectados bien a tierra, y el brutal impacto de un rayo sobre ellos puede provocar pequeños incendios en las instalaciones eléctricas de la casa y cortocircuitos.

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Los edificios altos, las torres de comunicación o las antenas que sobresalen por encima de la altura media de una ciudad actúan como pararrayos, tal y como ponen de manifiesto este par de fotografías de la Torre Eiffel, en París, tomadas con 107 años de diferencia. La de la izquierda es todo un clásico de la fotografía meteorológica, y fue captada el 3 de junio de 1902. La de la derecha es bastante más reciente, y fue tomada por Hakim Atek el pasado 25 de mayo.

En la medida en que la gente ha cambiado el campo por la ciudad, el número de víctimas mortales por rayo al año en España ha disminuido de forma significativa desde mediados del siglo XX hasta la actualidad. En la década de 1950, ese número superaba con holgura el centenar de personas, en su mayoría pastores y gente que desarrollaba su actividad en el campo. Hoy en día, las estadísticas fijan ese número en torno a veinte, con elevado porcentaje de montañeros, excursionistas y practicantes de deportes de aventura. 

Los entornos rurales siguen siendo  los lugares donde se produce un mayor número de víctimas. Por ejemplo, en los EEUU muchos de los muertos por rayo son gente que está jugando al golf. Es bastante habitual cometer el error de resguardarse de la tormenta bajo un árbol en mitad del campo. Guarecerse bajo la protección de un bosque es correcto, aunque hay que elegir los árboles más bajitos. Sin embargo, buscar el cobijo de un  árbol solitario puede resultar fatal, ya que debido al mencionado “efecto punta” atrae con más facilidad a los rayos. Tampoco hay que echar a correr campo a través, y menos aún con la ropa mojada. Lo mejor es permanecer en cuclillas, lo más agachado posible. Podemos tumbamos o permanecer sentamos siempre que lo hagamos sobre un material seco y aislante.

Si la tormenta nos pilla en la montaña, hay que evitar los lugares altos como promontorios o salientes. También debemos deshacernos de todo el material metálico que llevemos encima, como un piolet o la mochila, si es de las que lleva armazón metálico. No es seguro tampoco permanecer metidos dentro de la tienda de campaña. Si se nos comienza a poner el vello de punta o se nos eriza el pelo de la cabeza la descarga eléctrica será inminente; hay que tirarse al suelo y evitar a toda costa destacar sobre el terreno. Como último consejo, no hay que resguardarse a la entrada de una cueva durante la tormenta, ya que a veces la cueva, gracias a las corrientes de aire que allí siempre se forman, se convierte en un canal natural para la descarga eléctrica. Es un efecto parecido al de estar en casa con las ventanas abiertas.

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