Bajo el volcán

Durante todo el fin de semana no hemos dejado de hablar de “la nube volcánica”, que todavía cubre una extensa porción del espacio aéreo europeo, forzando el cierre de muchos aeropuertos y la cancelación diaria de miles de vuelos. El volcán islandés Eyjafjalla continúa vomitando de sus entrañas densas columnas de humo y cenizas que pueden poner en riesgo a los aviones que osen atravesar determinadas áreas a determinados niveles de vuelo. Las pérdidas en el sector aeronáutico y en muchos otros sectores están siendo millonarias y supondrán un duro revés para la recuperación económica que algunos analistas comenzaban a vislumbrar.

La erupción del Eyjafjalla no ha sido tan explosiva como la de otros célebres volcanes, cuyas consecuencias fueron mucho más dramáticas, ya que causaron la pérdida de muchas vidas humanas, incidiendo de forma muy directa en el clima del planeta, ya que provocaron importantes enfriamientos. Estos días hemos podido leer en los periódicos distintas crónicas que nos relatan algunas de las historias que rodearon aquellas violentas explosiones, como la del Krakatoa, en 1883, la del Tambora, en 1815 (causante de lo que de ha dado en llamar “el año sin verano”) o el Hekla (volcán vecino del Eyjafjalla), en 1783, que llevó a Benjamín Franklin a formular una sugerente hipótesis que resultó ser cierta, y es que las grandes erupciones volcánicas influyen en el clima terrestre.

eyjafjalla
Aunque a corto plazo es previsible que la situación en los aeropuertos tienda a la normalidad, son muchas las incertidumbres que sigue habiendo sobre lo que pueda acontecer en los próximos días. Si bien hoy lunes el volcán ha emitido menos cenizas al aire, no sabemos si se mantendrá esa tendencia o volverá a vomitar gruesas y densas columnas de materiales ardientes y abrasivos. También hemos podido leer las opiniones de distintos geólogos islandeses apuntando la posibilidad de que entren en erupción otros volcanes cercanos como el Katla y el Hekla. De cumplirse esos pronósticos, los materiales arrojados a la atmósfera serían muchos más y alcanzarían, previsiblemente una mayor altura, penetrando en la estratosfera y dispersándose allí arriba no ya sólo sobre el Viejo Continente, sino sobre toda la Tierra, formando un velo que enfriaría en los meses siguientes la troposfera, alterando igualmente la dinámica atmosférica.

La mayor parte de los aerosoles inyectados a la atmósfera por el Eyjafjalla han quedado confinados en una capa de no demasiados kilómetros de espesor situada a pocos kilómetros de altura sobre la superficie terrestre, por debajo de la tropopausa, en los niveles donde habitualmente vuelan los aviones. Dichos materiales no tardarán excesivo tiempo en perder altura y terminar depositándose sobre la superficie terrestre, aunque, salvo en las zonas de Islandia que rodean el cráter, no veremos “llover cenizas”. La influencia del volcán islandés en el clima terrestre será pequeña en comparación con esos otros volcanes que antes nombré, si bien ha tocado de lleno al tráfico aéreo, provocando una situación sin precedentes todavía inconclusa.

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