Bajo el volcán

Durante todo el fin de semana no hemos dejado de hablar de “la nube volcánica”, que todavía cubre una extensa porción del espacio aéreo europeo, forzando el cierre de muchos aeropuertos y la cancelación diaria de miles de vuelos. El volcán islandés Eyjafjalla continúa vomitando de sus entrañas densas columnas de humo y cenizas que pueden poner en riesgo a los aviones que osen atravesar determinadas áreas a determinados niveles de vuelo. Las pérdidas en el sector aeronáutico y en muchos otros sectores están siendo millonarias y supondrán un duro revés para la recuperación económica que algunos analistas comenzaban a vislumbrar.

La erupción del Eyjafjalla no ha sido tan explosiva como la de otros célebres volcanes, cuyas consecuencias fueron mucho más dramáticas, ya que causaron la pérdida de muchas vidas humanas, incidiendo de forma muy directa en el clima del planeta, ya que provocaron importantes enfriamientos. Estos días hemos podido leer en los periódicos distintas crónicas que nos relatan algunas de las historias que rodearon aquellas violentas explosiones, como la del Krakatoa, en 1883, la del Tambora, en 1815 (causante de lo que de ha dado en llamar “el año sin verano”) o el Hekla (volcán vecino del Eyjafjalla), en 1783, que llevó a Benjamín Franklin a formular una sugerente hipótesis que resultó ser cierta, y es que las grandes erupciones volcánicas influyen en el clima terrestre.

eyjafjalla
Aunque a corto plazo es previsible que la situación en los aeropuertos tienda a la normalidad, son muchas las incertidumbres que sigue habiendo sobre lo que pueda acontecer en los próximos días. Si bien hoy lunes el volcán ha emitido menos cenizas al aire, no sabemos si se mantendrá esa tendencia o volverá a vomitar gruesas y densas columnas de materiales ardientes y abrasivos. También hemos podido leer las opiniones de distintos geólogos islandeses apuntando la posibilidad de que entren en erupción otros volcanes cercanos como el Katla y el Hekla. De cumplirse esos pronósticos, los materiales arrojados a la atmósfera serían muchos más y alcanzarían, previsiblemente una mayor altura, penetrando en la estratosfera y dispersándose allí arriba no ya sólo sobre el Viejo Continente, sino sobre toda la Tierra, formando un velo que enfriaría en los meses siguientes la troposfera, alterando igualmente la dinámica atmosférica.

La mayor parte de los aerosoles inyectados a la atmósfera por el Eyjafjalla han quedado confinados en una capa de no demasiados kilómetros de espesor situada a pocos kilómetros de altura sobre la superficie terrestre, por debajo de la tropopausa, en los niveles donde habitualmente vuelan los aviones. Dichos materiales no tardarán excesivo tiempo en perder altura y terminar depositándose sobre la superficie terrestre, aunque, salvo en las zonas de Islandia que rodean el cráter, no veremos “llover cenizas”. La influencia del volcán islandés en el clima terrestre será pequeña en comparación con esos otros volcanes que antes nombré, si bien ha tocado de lleno al tráfico aéreo, provocando una situación sin precedentes todavía inconclusa.

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Malos humos

Escribo estas líneas a últimas horas del jueves, 15 de abril de 2010; un día en que la noticia fue el tiempo, pero no por las lluvias que estamos teniendo las últimas jornadas en distintos lugares de España, sino por las consecuencias que está teniendo en el tráfico aéreo europeo una gigantesca nube de origen volcánico que se ha extendido desde Islandia hacia el Viejo Continente, a merced de los vientos dominantes, y que mantiene a esta hora cerrados los aeropuertos de las Islas Británicas, Escandinavia y otros países europeos de la fachada atlántica.

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El pasado 29 de marzo dediqué una entrada a la espectacular erupción nocturna de un volcán sobre el glaciar islandés Eyjafjallajokull. Desde entonces, la actividad volcánica en la zona no se ha interrumpido y el pasado martes se producía una nueva y más violenta erupción que comenzó a lanzar una enorme cantidad de materiales a la atmósfera, lo que aparte de provocar el desalojo de cerca un millar de personas en la zona perimetral, ha empezado a inyectar al aire ingentes cantidad de ardientes y nocivos gases, cenizas y demás residuos de origen volcánico. Esta situación ha forzado a las autoridades aeroportuarias de distintos países europeos a comenzar a anular vuelos, llegando al cese total de las operaciones aéreas, por el peligro que supone atravesar volando el gigantesco penacho volcánico que con gran rapidez se ha ido ensanchando y lo seguirá haciendo en las próximas horas, abarcando una considerable extensión.

erupcion
http://metoffice.com/aviation/vaac/data/VAG_1271331761.png

En el anterior enlace podemos ver cuál es la evolución prevista para las próximas horas de la gran nube volcánica, indicándose en cada uno de los mapas las zonas de peligro en tres niveles de vuelo diferentes. En rojo se indica la zona de riesgo para el vuelo entre la superficie y los 20.000 pies de altitud (FL200), en verde a trazo discontinuo, la zona prohibida entre FL200 y FL350 (35.000 pies), y el área delimitada en azul sería la correspondiente a los niveles más altos de vuelo (entre FL350 y FL550). Aunque el grueso de materiales los ha lanzado el volcán a una altura aproximada de 6 kilómetros, la nube tóxica puede puntualmente alcanzar la baja estratosfera (en torno a los 11 kilómetros de altura).

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La anterior imagen de satélite del Meteosat fue captada hoy jueves a las 8 UTC. La nube de cenizas volcánicas aparece en colores oscuros emanando desde el volcán islandés y dirigiéndose hacia el norte de Inglaterra. Fuente de la imagen: Eumetsat.

Nuestra vulnerabilidad ante los fenómenos de la Naturaleza vuelve a ponerse de manifiesto, al paralizarse el tráfico aéreo en buena parte de Europa. El peligro de atravesar volando un penacho volcánico, como el de este volcán, no reside en la pérdida de visibilidad, sino en los daños irreversibles que las cenizas pueden provocar en las turbinas de los aviones. Existe, de hecho, algún precedente de un accidente aéreo por esta circunstancia. En los mapas meteorológicos que diariamente se generan para los pilotos de las distintas compañías aéreas, se alerta sobre la presencia de volcanes activos, indicándose en casos como éste las zonas prohibidas para el vuelo. En esta erupción, la presencia de unos vientos dominantes alrededor del anticiclón que hay situado al oeste de las Islas Británicas ha desplazado el grueso de los materiales lanzados por el volcán sobre las zonas de Europa antes reseñadas, con las consecuencias que estamos leyendo en las noticias.

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Hablemos del tiempo

Todos lo hacemos en mayor o menor medida. Los hay que recurren a menudo a los refranes meteorológicos, otros viven –vivimos– pendientes del cielo, y los hay que echan mano de una serie de localismos de uso común en el lugar donde viven. En un país como España, con una diversidad tan grande de gentes, de paisajes, de climas… nos encontramos con un extenso glosario de términos alusivos al tiempo atmosférico, lo que forma parte de nuestro acervo cultural y hay que proteger para evitar que caiga en el olvido y se pierda.

Por suerte, en los pueblos que salpican los distintos rincones de la geografía española, esa terminología todavía es de uso común, lo que pude comprobar este pasado fin de semana en Mora (Toledo), desde donde estuvimos haciendo el programa de radio en el que colaboro (“No es un día cualquiera”). Gracias al interés de unos cuantos vecinos de Mora, interesados en rescatar y dar a conocer el rico patrimonio histórico-cultural de este pueblo castellano-manchego de larga tradición aceitera, se ha podido confeccionar un interesante “Diccionario moracho”, del que existe ya la 2ª edición y está en preparación la tercera.

En dicho diccionario se incluyen, como no podía ser de otra manera, una serie de términos que se emplean en Mora al hablar del tiempo. Algunos son variantes de otros utilizados en otros lugares de España y otros son autóctonos, o al menos no tengo noticia de que se empleen en otros lugares, como poleo, con el que los morachos identifican a un viento muy frío; si bien también emplean el término viruje(variante de biruji). El tradicional orvallo, chirimiri o calabobos, en Mora es un calabobitos, mientras que si el día es tan lluvioso que no se puede trabajar en el campo, se referirán a él como samborce.

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Los primeros signos en el cielo de un cambio de tiempo, como el que hemos experimentado en el arranque de esta semana en buena parte de España, son identificados por los habitantes de Mora como moveción (“Habrá moveción” tomaría el mismo significado que “va a cambiar el tiempo”). Si lo que tenemos es mucho frío, estaremos arrecíos (“Estar arrecío”), mientras que la dificultad de respiración producida por el viento sería expresado en Mora como embazarse.

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Por concluir este pequeño recorrido meteoro-lingüistico moracho, el agua de charco sería la zarpinay la presencia de varios charcos un chapitel (lo que en algunos lugares de España se identifica con un carámbano). Si lo que acontece es un golpe de viento que levanta mucho polvo tendríamos un tolbón ó torbón, mientras que lunao sería equivalente a nublado.

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50º aniversario

El pasado 1 de abril se cumplió el 50º aniversario de un hecho que marcó un antes y un después en la historia de la Meteorología. Aquel día (1-4-1960) se tomó la primera fotografía de la Tierra desde un satélite artificial, concretamente desde el TIROS-I, que fue el primer satélite meteorológico, proporcionando a los científicos por primera vez una imagen de nuestra atmósfera desde arriba. Aunque desde hacía bastantes años antes, ya se trazaban los frentes en los mapas, nunca antes hasta ese momento se habían podido observar en su plenitud, con sus características formas alargadas, lo que sin duda debió de ser muy emocionante para los meteorólogos de la época.

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El TIROS-I fue lanzado desde Cabo Cañaveral (EEUU), a bordo de un cohete Thor-Able. Con un peso de 122 kg, poco más de un metro de diámetro y 60 centímetros de altura, portaba un par de cámaras con lentes de gran angular y sendas grabadoras de video que permitían almacenar hasta 32 imágenes cuando el sistema de comunicaciones con tierra no estaba operativo. Tal y como se aprecia en la anterior fotografía, todo el satélite estaba recubierto por paneles solares, siendo los encargados de recargar las baterías que permitían el funcionamiento de las cámaras.

A pesar de que sólo pudo estar operativo 78 días, en las 1.302 órbitas que llegó a completar realizó nada menos que 23.000 imágenes de la Tierra, siendo, por ejemplo, captada por primera vez la evolución de un ciclón tropical desde el espacio, amén de un sinfín de fotografías de estructuras nubosas que abrieron el camino a una nueva forma de estudio de la Meteorología. El salto definitivo se dio, cuando algunos años más tarde, las imágenes de satélite empezaron a ser mostradas por TV.

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Como curiosidad final, indicar que el nombre del satélite (TIROS) es la forma abreviada de expresar: Television and Infra-Red Observation Satellite, pero curiosamente no disponía de ninguna cámara sensible a la radiación infrarroja. Posteriormente, otros satélites meteorológicos sí que incorporaron este tipo de dispositivos, permitiendo la visión de las nubes (su señal térmica) con independencia de que fuera de día o de noche, lo que supuso un impulso definitivo a la observación meteorológica.

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Cielo a velloncicos

Aunque su fecha cambia de unos años a otros en nuestro calendario, el final de la Semana Santa marca casi siempre el paso del tiempo invernal al de primavera, una época del año en la que el alargamiento de los días y la progresiva subida de las temperaturas va llevándonos de forma irremisible hacia el caluroso verano ibérico. Al dejar atrás el tiempo de cuaresma, cambia nuestro chip, paralelamente a ese cambio de tiempo y de paisaje que percibimos que comienza a acontecer.

La mayor insolación comienza a calentar cada vez más el suelo y con ello se forman corrientes de aire ascendentes (llamadas “térmicas”) que a menudo culminan en la aparición de cúmulos de aspecto algodonoso, siendo las zonas de montaña –debido al impulso adicional que sufre allí el aire hacia arriba, en sus laderas de solana–, donde este tipo de nubosidad es más abundante, iniciándose en nuestro país la temporada de tormentas.

A finales del mes pasado coincidí en una tertulia de TV (en el programa “Para todos la 2”)  con el filólogo y profesor de la Universidad de Barcelona, José Enrique Gargallo, quien lleva años investigando los orígenes y la diversidad de los refranes del tiempo. En dicha tertulia, en la que participó también mi buen amigo y periodista Vicente Aupí,  José Enrique enumeró un buen número de curiosos refranes y uno de ellos hacía alusión precisamente a esas nubes cumuliformes que por efecto del calor crecen a partir de esta época del año por nuestro país, y que dan lugar a los típicos chaparrones tormentosos.

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El referido refrán se emplea por tierras turolense; no en vano las áreas montañosas del sur de Teruel son, junto al sector central de los Pirineos, una de las zonas de España con mayor actividad tormentosa, y dice así: “Cielo a velloncicos, agua a cantaricos”.

vellones
La palabra “velloncicos” deriva de la castellana “vellones”, que son los montones de lana que resultan de esquilar a las ovejas. Lo cierto es que el aspecto de los cúmulos recuerda bastante a esos montones de lana. En el lenguaje meteorológico popular también es bastante habitual referirse a un cielo aborregado, en referencia a la apariencia de borregos que tienen esas nubes (tanto los llamados “cúmulos de buen tiempo” –que serían las típicas nubes de algodón– como los altocumulus floccus), cuando aparecen salpicando el cielo, como si de un rebaño se tratara. La gente del campo tiene claro al ver esas nubes que el tiempo va a cambiar a lluvia (“cielo aborregado, a los tres días mojado”), lo que sin ser una regla infalible, suele cumplirse en bastantes ocasiones, pues son anunciadoras de la llegada de frentes.

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Hielo y fuego

Así, de primeras, parecen dos elementos incompatibles; sin embargo recientemente pudimos verlos juntos en una de esas escenas con las que la Naturaleza nos sorprende a veces. Ocurrió justamente hace una semana en Islandia, concretamente en las enormes planicies que en el sur de la isla forma el glaciar –de nombre impronunciable- Eyjafjallajokull, que es el quinto más grande de Islandia. Bajo el enorme y refulgente manto de hielo que conforma ese glaciar, un volcán entró en erupción expulsando lava y provocando este material incandescente una súbita fusión de hielo que obligó al desalojo de las personas que habitan zonas próximas al lugar.

El hecho de que el volcán entrara en erupción de madrugada dio lugar a un espectáculo visual de primer orden, captado por las cámaras de televisión y por algunos privilegiados fotógrafos que se desplazaron a la zona –guardando la lógica distancia de seguridad– para inmortalizar algo único que no ocurría desde hace 189 años (en 1821).

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La noticia, por su lógico exotismo y fuerza visual, apareció en un buen número de periódicos y en no pocas televisiones de todo el mundo. El volcán subterráneo cubre una extensión de unos cien kilómetros cuadrados, tiene una altura de 1.666 metros y su cráter tiene un diámetro de entre 3 y 4 kilómetros. Para ubicarlo de forma algo más precisa en el mapa, se sitúa –como ya dije– en el sur de Islandia, a unos 118 kilómetros al este de la capital, Reikiavik. Según las crónicas locales, al poco tiempo de entrar en erupción, un manto de cenizas empezó a cubrir primero y a depositarse después sobre las poblaciones más cercanas al cráter, como Fljostshild, lo que obligó a las autoridades del país a hacer evacuaciones preventivas, por el temor a que la fusión del hielo de lugar a inundaciones súbitas y provoque el desprendimiento de grandes bloques de hielo. Algunos lugareños comentaron que vieron luces brillantes emanando del glaciar y un constante flujo de lava.

Volcán sobre hielo

En el anterior video, colgado en Youtube, podemos comprobar la belleza que encerró esta singular erupción en mitad del desierto de hielo. Lo cierto es que la actividad volcánica es habitual en Islandia; no en vano, del orden de 150 erupciones volcánicas se han producido desde la colonización de la isla. La última, antes de ésta, tuvo lugar en 2004, aunque no se trató de un volcán sepultado bajo el hielo, ya que tal y como se apuntó con anterioridad, la última erupción similar ocurrió en 1821.

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Curiosidades meteorológicas (MAR-2010)

Retomamos en esta nueva entrada la relación de curiosidades en torno a la Meteorología extraídas de la Agenda de El tiempo 2010 de AEMET. La ciencia del tiempo es una fuente inagotable de registros extraordinarios, fenómenos sorprendentes y un sinfín de cosas curiosas cuya lectura siempre llama la atención del lector. Vayamos con unas cuantas, todas ellas extraídas de las páginas del mes de marzo de la citada Agenda:

1) La Rosa de los Vientos que usamos hoy en día tiene su origen en la Antigua Grecia. Aristóteles fue el primero en emplear la rosa de 8 rumbos o vientos principales. Posteriormente, Timosteno estableció una de 12 vientos y Vitrubio otra de 24.

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2) En la isla de La Reunión, situada en el Océano Índico, al este de Madagascar, hay un lugar llamado Cilaos, donde un día de marzo de 1952 se registraron 1870 l/m2 de lluvia; cantidad similar a lo que llueve al año en Santiago de Compostela.

3) El 75% de los tornados que se forman en el mundo tienen lugar en EEUU. La mayoría de ellos afectan al llamado “Corredor de los tornados” (Tornado Alley), que abarca toda la parte central y gran parte del sur de ese extenso país.

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4) En el siglo II de nuestra era, dos legiones romanas y varias unidades auxiliares, que sumaban en total más de 50.000 hombres, vadearon a pie el río Rhin sorprendiendo a las tribus germanas. Esto da idea del escaso caudal que llevaba ese gran río por aquella época.

5) La palabra equinoccio tiene su origen en su homónima en latín equinoctium, que significa “igual que la noche”. Coincidiendo con el inicio de la primavera astronómica, se iguala la duración del día y de la noche.

equinoccio
6) Una de cada diez personas sufre de “astenia primaveral”. La llegada de la primavera provoca en mucha gente una apatía general, que afecta tanto a su actividad física como mental. La depresión invernal, provocada por la falta de luz, recibe el nombre de “síndrome de Todos los Santos”.

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Lluvia de barro

En las últimas jornadas, la presencia de polvo en suspensión en el aire ha aumentado de forma significativa en buena parte de España. Dichos materiales sólidos proceden del gigantesco desierto del Sahara y terminan depositándose sobre todo tipo de superficie, manchándolo todo. Los chubascos que durante el fin de semana se han producido por distintos lugares de la Península Ibérica han dejado su firma estampada en los coches aparcados en la calle. Hoy lunes llueve en diferentes lugares del área mediterránea y se producirán también por allí “lluvias de barro”.

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El mapa anterior es el pronóstico de polvo en el aire para hoy lunes a las 12 UTC (misma hora a la que estoy escribiendo estas líneas) del modelo Skiron de la Universidad de Atenas. Salta a la vista, aparte de las elevadas concentraciones de partículas sobre el Sahara, cómo el polvo también está presente en las Islas Canarias más orientales, buena parte del sur de la Península Ibérica y el arco mediterráneo, así como en Baleares.

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Por el archipiélago canario, dada su cercanía al continente africano, son ya varios los días que tienen por allí calimas, lo que reduce la visibilidad y provoca no pocos problemas respiratorios a los asmáticos. En la anterior imagen, tomada por la cámara Modis del satélite Terra de la NASA, el pasado 18 de marzo, se aprecia con nitidez la llegada de polvo a Canarias desde tierras africanas.

Como comentaba antes, las lluvias de barro llevan varios días acompañándonos, y son nuestros coches estacionados en la calle los más expuestos a ellas. No es de extrañar que para estudiar la frecuencia de aparición de este tipo de episodios –relativamente frecuentes por la fachada mediterránea– los climatólogos hayan recurrido, entre otras muchas fuentes de información, a los datos suministrados por los túneles de lavado, ya que los picos de máxima afluencia de conductores con sus vehículos, reflejan con nitidez los días inmediatamente posteriores a la aparición de esta lluvia sucia (llamada también “lluvia de sangre” por el color rojizo que suelen tener los materiales depositados). 

lluvia-de-barro

A tenor de algunos estudios e investigaciones que he tenido ocasión de consultar, parecen estar aumentando el número de días en que “llueve barro” sobre nuestro territorio, que es lo mismo que decir que los episodios que arrastran grandes masas de aire polvoriento de procedencia africana, tanto sobre Canarias como sobre Baleares y la Península Ibérica, son más frecuentes en los últimos años. Detrás de esto posiblemente haya algún tipo de cambio en el patrón de la circulación atmosférica, con importantes implicaciones en los procesos de precipitación a escala regional.

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Huracanes en el Atlántico Sur

Las rarezas y las excepciones a la regla están a la orden del día en el devenir atmosférico. Cualquier manual de Climatología General que se precie dedica al menos uno de sus capítulos a los ciclones tropicales, comentando cuáles son sus principales características y los lugares de la Tierra donde tienen lugar. Es habitual incluir una figura como la siguiente para ilustrar en qué zonas podemos esperar la aparición de una de estas espectaculares espirales nubosas, de efectos devastadores:

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A la vista de la anterior figura, vemos –como era de esperar– que los ciclones tropicales aparecen sobre el mar en el ámbito tropical (excluyendo la zona inmediatamente próxima al Ecuador), donde las aguas marinas superficiales alcanzan unas mayores temperaturas (del orden de los 30 ºC en el área caribeña durante la parte central del verano y principios del otoño). Dependiendo de las regiones de la Tierra, los ciclones tropicales reciben nombres genéricos distintos: Huracanes (hurricanes, en inglés) en el Atlántico y la parte oriental de la cuenca del Pacífico, tifones (typhoons, en inglés) en la parte occidental del Pacífico y ciclones (cyclones, en inglés) en el océano Índico.

Posiblemente, le haya llamado la atención el hecho de en el Atlántico Sur no aparezca indicada una zona de huracanes. La causa de esto reside en que, a diferencia de lo que ocurre en la zona tropical del Atlántico Norte, en ese mismo océano pero al sur del Ecuador, las aguas están más frías y eso no permite el desarrollo de esas gigantescas estructuras ciclónicas. Esto es lo que hasta hace poco dictaba la teoría climatológica, pero en los últimos tiempos, la aparición de un par de ciclones tropicales por esas aguas obligará a buen seguro a revisar dicha teoría.

El 28 de marzo de 2004 el huracán Caterina (no confundir con el más mediático Katrina) apareció por sorpresa frente a las costas de Brasil. A partir de las observaciones que se efectuaron gracias a los satélites y los datos en tierra se pudo confirmar que se trató de un huracán de categoría 1.

caterina
La cosa podía haber quedado en anécdota y en una de esas rarezas que a veces ocurren en la atmósfera y que parecen surgir para romper cualquier tipo de clasificación o catalogación que tanto nos gusta a los seres humanos, de no haberse repetido algo similar en fechas muy recientes. El pasado 10 de marzo el satélite TRMM (Tropical Rainfall Measuring Mission), captó la imagen que se muestra a continuación de la tormenta tropical bautizada como 90Q, en la que se aprecian zonas de intensidad de precipitación intensa en el lado sur de dicho sistema ciclónico.

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Fuente: http://i.livescience.com/images/tropical-storm-90Q-trmm-100311-02.jpg

Según se comenta en una noticia publicada en la revista digital RAM: “El ciclón se situó a 180 millas de las costas de Brasil.  El ciclón llegó a alcanzar vientos de fuerza de tormenta tropical. Las aguas de la zona son lo suficiente frías  como para impedir la formación de dichos ciclones tropicales, pero no lo suficiente. En 2004 apareció “Caterina” como primer ciclón tropical en el Atlántico Sur desde que se poseen datos e imágenes de satélite.”

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Todo comenzó en Crimea

El próximo jueves -18 de marzo- impartiré en Madrid (Centro Cultural Francisco Fatou de Villa de Vallecas, c) Manuel Vélez nº 10) una conferencia titulada “Espacios y mapas del tiempo a través del tiempo”, donde esbozaré algunos de los acontecimientos y personajes que fueron contribuyendo al desarrollo de lo que popularmente conocemos como “mapas del tiempo”, ligados en la mayoría de los casos a la predicción meteorológica.

Los pronósticos se vieron impulsados de forma determinante por la incidencia que tuvo una fuerte tormenta ocurrida el 14 de noviembre de 1854 en el sur de la actual Rusia. Luchaban por aquel entonces los rusos contra los ingleses y franceses en la Guerra de Crimea y éstos últimos sufrieron un duro revés como consecuencia de la tormenta, destruyéndose gran parte de la flota que tenían en el puerto de Balaclava, en Crimea. 

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El entonces Emperador de Francia, Napoleón III, pidió al astrónomo imperial y Director por aquel entonces del Observatorio de París, Urbain Le Verrier (1811-1877), que investigase si aquella terrible tormenta podía haber sido prevista con antelación. En aquella época ya se efectuaban observaciones meteorológicas en distintas ciudades europeas, pero todavía no se transmitían de forma simultánea los registros, al no estar aún extendido el uso del telégrafo para tal fin. Le Verrier recorrió distintos países europeos, recopilando datos del día de la tormenta y pronto llegó a la conclusión de que de haberse conocido “en tiempo real” las observaciones, se podía haber deducido la trayectoria de la “tormenta” (en verdad se trataba de una profunda borrasca) y haber predecido con antelación su llegada al puerto de Balaclava.

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Le Verrier tuvo luz verde para establecer en Francia una primera red de puntos de observación conectados por telégrafo, posibilitando la transmisión de informes meteorológicos y la emisión de avisos, lo que supuso un antes y un después en la historia de la Meteorología. Pongo a continuación un mapa con la evolución del tiempo en distintos lugares de Francia el 7 de mayo de 1865. Mapas como éste fueron los precursores de los mapas de isobaras que hoy en día siguen utilizándose, habiéndose convertido en una herramienta fundamental tanto para el análisis meteorológico como para la predicción.

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